martes, abril 19, 2005

Diario de sesiones

Madrid capital intelectual, ya sabéis, cualquier día hay una conferencia en algún lugar de la Kapital del reino. En esta ocasión me he enterado in extremis - por los pelos - que la Fundación BBVA se ha traído a España a Nathan Rosenberg, un tipo de Stanford muy conocido como experto en innovación y cambio tecnológico. Con tal motivo han organizado un ciclo de Conferencias Magistrales - esas donde el ponente tiene tal reputación, que no necesita ganarse la paga, con lo que permanece sentado, a modo de busto parlante y larga lo que sea, contestando luego políticamente y sin mucho dispendio de saliva, a unas pocas preguntillas acordadas de antemano con la organización que decida formularle la audiencia - con el título de "Universidades e innovación en la sociedad del conocimiento".


Hoy a las 19:30 h, en el Auditorio - planta baja, con capacidad para 200 personas - de la torre BBVA - Paseo de la Castellana, 81 - y con entrada libre hasta completar el aforo, el viejecito afable de la foto, dictaba la primera de las conferencias, "Universidades emprendedoras de Norteamérica". Mañana, en mismo sitio y a la misma hora, tendrá lugar la siguiente, "¿Por qué las empresas pequeñas?" y, con idénticas coordenadas espacio-temporales, se cerrará el ciclo el jueves con la conferencia "Ciencia y tecnología: ¿en qué sentido circula la causalidad?".

Bueno, pues eso; que la de hoy era sobre "Entrepreneurial Universities", "USA vs. EU" y Norteamérica por EE.UU. Como buen académico y norteamericano, Nathan fue muy ordenadito y estructuraba su charla en dos partes claramente diferenciadas: primero señalaba las que él consideraba características distintivas de los centros de educación superior en EE.UU. con respecto a los de la Europa continental - Reino Unido es siempre una excepción - y, luego, nos explicaba cómo esas características, esa ventaja comparativa, conseguía crear a su alrededor un entorno más emprendedor en las universidades norteamericanas. Eso es lo que dijo el ponente.

Al final todo giró en torno a una característica fundamental, la capacidad de las universidades 'made in USA' para responder con rapidez y creatividad a las demandas de la industria, del tejido empresarial, lo cual se expresa con una palabra "Responsiveness". Esa voz anglosajona que expresa agilidad, flexibilidad, capacidad y velocidad, se sustenta, fundamentalmente en dos cualidades estructurales del sistema universitario de EE.UU., su descentralización y su esquema de financiación, ambas muy relacionadas, puesto que esa descentralización lo que pretende favorecer es una autonomía, en términos de financiación y control institucional, básicamente. En cuanto a la financiación, se destacó la capacidad de los responsables de los centros para obtener fondos - Fundrising - como una de las cualidades más importantes. La tesis del profesor Rosenberg venía a elogiar un sistema en el que, sin un Ministerio de Educación ni una Universidad nacionales, las universidades estatales - cuyos costes docentes paga el propio estado y con unos presupuestos de investigación procedentes en su mayor parte de la autoridad federal - competían con las universidades privadas con un modelo orientado al mercado y sus necesidades, "Market-Driven University". Un modelo en el que se favorece la competitividad por captar a los mejores profesores, promoviendo la flexibilidad salarial y la movilidad.

Con esas características y el modelo que se deriva de ellas, el sistema es capaz de responder con rapidez a un entorno económico cambiante, generando innovación a partir de los cambios tecnológicos. Los centros norteamericanos han sido capaces a lo largo de la historia, de introducir disciplinas enteras nuevas para, responder a las demandas de la industria en disciplinas en las que Europa tenía tanto o más capacidad científica y conocimiento. El profesor Rosenberg supo ilustrar a la audiencia con magníficos ejemplos apoyados en su amplio conocimiento de la historia de la tecnología. Los más pintorescos se referían a las adaptaciones a los desarrollos en las industrias locales de EE.UU. a finales del XIX; y, entre los referentes al periodo posterior a la II Guerra Mundial, quiso destacar como el más prominente, el de Internet, que ha revolucionado las comunicaciones y las anteriores revoluciones de la microelectrónica y la informática, a las que se respondió con los avances en las industrias del hardware y del software respectivamente.

Para culminar su ponencia y siguiendo con su recorrido histórico hacia el futuro, Rosenberg quiso dedicar especial atención a las inversiones realizadas en EE.UU., desde principios de los años 1970, en el campo de las Ciencias de la Vida - Life Sciences - apostando por la que será la industria del futuro, la biotecnología. Esas cifras muestran como, ya en 1987, casi la mitad del gasto realizado en EE.UU. para investigación académica, se dedicaba a este capítulo, acercándose en 2001 al 60%. La distancia de estas cifras con las análogas en la Europa continental y Japón, venía también a ilustrar un hecho en el que hacía hincapié el profesor de Stanford, "El liderazgo en un campo del cococimiento científico, no garantiza el éxito comercial ante un cambio tecnológico".

El turno de preguntas, salvada alguna intervención para el olvido - como la que hacía un personaje ciertamente quijotesco, con un planteamiento anti-americano basado en la constante de cooperación de Nash, la referencia nostálgica a la actitud contestataria de los estudiantes norteamericanos para con la administración Johnson durante la Guerra de Vietnam y la situación actual marcada por el intervencionismo federal o cuestiones sobre los criterios de admisión en Stanford - sirvieron para matizaciones al discurso de Rosenberg o para preguntas directas sobre el caso español.

En una de las cuestiones se le planteaba al ponente la posibilidad de que los parámetros estructurales, referidos a la financiación y descentralización, no explicaran de una forma determinante la ventaja competitiva de EE.UU. frente a Europa; sino que podrían explicarla mejor las diferencias en la gestión de los centros. Realmente se utilizó la palabra "gobierno" y se refería a las conclusiones de un estudio realizado por Burton Clark. El ponente no quiso entrar al trapo y lo dejó como una posibilidad razonable, con evidencias palpables.

Salió también el tópico, no por ello menos cierto, del déficit en el caracter emprendedor del personal académico y los estudiantes que pueblan nuestro sistema, preguntándole al ponente sobre una solución en base a una mayor formación económico-empresarial. Tampoco quiso Nathan mojarse, esgrimiendo su desconocimiento de la universidad española para librarse diplomáticamente. Nosotros ya sabemos que la solución no es esa.

Un asistente fue más constructivo y fue directamente al grano, admitiendo como objetivo la superación de lo que parecen ser problemas estructurales en Europa y haciendo la pregunta del millón, ¿Cómo? Ante la imposibilidad de esquivar tamaño proyectil, nuestro académico optó por otro tópico, el (des)equilibrio entre investigación básica y aplicada en Europa y EE.UU., revelándose como diferencia fundamental y problema básico para Europa, la comercialización de los resultados que arroja el esfuerzo investigador.

Otro tema concreto que se abordó fue la diferencia notable entre los resultados obtenidos, tanto en transferencia de tecnología, como en retornos económicos, de las inversiones en Ciencias de la Vida, con respecto a las Ciencias Físico-químicas o la Ingeniería. En la respuesta se repartió un poco la culpa; por un lado, las iniciativas comerciales de biotecnología, cuando dan retornos, éstos son menores, aparte de que ocurre en menos casos y, por otro lado, las empresas de capital riesgo no lo tienen claro: ni saben exactamente dónde situar la boitecnología (investigación básica o aplicada) ni se sienten en absoluto cómodos con los plazos que se manejan en esa industria.

Con la audiencia animada, se entró en temas más resbaladizos, como era el caso de la relación Universidad-Empresa y su gestión en caso de aceptar la financiación privada de investigaciones académicas, con lo que ello supone de compromiso entre la protección de la propiedad intelectual de la empresa y la necesaria colaboración entre la comunidad científica. El ponente se limitaba, como era de esperar, a solidarizarse con la preocupación expresada por la persona que formulaba la pregunta y a establecer claramente la postura "oficial" de Stanford en contra de tal práctica.

Viendo como se acercaba la hora de la cena y sin dar tiempo para otra intervención desafortunada de nuestro ilustrado contertulio, elogiando al perdedor español más característico, en éste su cuarto centenario entre nosotros, José Viñals del Banco de España, que estaba en la mesa junto a Rafael Pardo, Director de la Fundación BBVA, formulaba la última cuestión. Lo que hacía Viñals era introducir una apreciación al discurso del ponente, a la sazón antiguo colega en Stanford a mediados de los años 1980. Su apreciación consistía en hacer notar el hecho de que la diferencia notable entre la Universidad de EE.UU. y la de Europa no se debía sólo a los factores estructurales - endógenos - apuntados por Rosenberg, sino que también se debía considerar en el análisis, los mercados que conforman el entorno de la Universidad en EE.UU., mucho más ágiles y competitivos que en Europa, ejerciendo presión sobre las empresas para que generen innovaciones constantemente; una presión que éstas pueden trasladar a los centros universitarios, generando respuestas más rápidas y creativas que ayudan a conformar una Universidad orientada a y dirigida por el mercado. El profesor Rosenberg no dudó en arrogarse el planteamiento orteguiano de su antiguo colega y glosó un poco más sobre las deficiencias que mostraba Europa en el mercado laboral, esquema impositivo, burocracia administrativa y entorno regulatorio, con las consecuencias negativas que ello conlleva para la capacidad de respuesta del sistema en su conjunto.

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