jueves, mayo 28, 2015

¿Es posible crear empleo en la Red?

Una pregunta aparentemente inocente; pero que encierra toda la mala intención del periodista que la utiliza para introducir la mesa redonda que nos ocupará mañana tras el desayuno y dentro del marco de la V edición de las jornadas del capítulo español del Foro de Gobernanza de Internet (IGF Spain).


La cuestión entronca directamente con un tema que estimula a no pocos economistas hoy: la métrica de la Economía de Internet, es decir la aportación de la dimensión “digital” de nuestra sociedad a la economía o de cómo ha sido capaz Internet -y todo lo que la rodea como red de redes-, de transformar nuestro contexto socioeconómico, nuestra circunstancia.

Desde la OCDE han propuesto un enfoque metodológico, más o menos pragmático, que habla de tres tipos de impacto de Internet en la economía mundial: a) medir el tamaño de la economía digital expresado en porcentaje del PIB (impacto directo), b) evaluar la contribución de Internet al crecimiento neto del PIB a partir de los estadísticos oficiales, como por ejemplo el empleo o la productividad (impacto dinámico) y c) analizar los efectos “adicionales” sobre el bienestar económico que no se miden con las estadísticas “oficiales” (impacto indirecto).

Existen muchos tópicos -lugares comunes poco explorados por resultar parte de una iconografía popular supuestamente “bien conocida”-, alrededor de la capacidad de la Red, o de los procesos de digitalización que ha provocado, para generar o destruir empleos.

Esa cuestión para el debate suele estar bastante sesgada por su propio planteamiento, que nace del “desempleo tecnológico” del que Keynes hablaba en su Teoría General como uno de los males que aquejaría de manera silenciosa a una modernidad aun naciente cuando este autor lo acuñaba, a principio de la década de 1930.

Otro de los tópicos habituales en estos debates es el de la destrucción creativa inspirado en ciertas palabras del también reputado economista J. A. Schumpeter. En no pocos estudios se acude a menudo al titular simplista, e.g. “Internet genera 2,6 empleos por cada puesto de trabajo tradicional que desaparece”, tal como podíamos leer en los titulares extractados del trabajo de McKinsey de 2011, Internet Matters.

Por otro lado, a menudo, metidos en faena, en pleno debate, no caemos en el "cambio semántico” (véase "Digitalización y desaparición de empleos" en Claves de Razón Práctica num. 231, pp. 110-113) que acompaña a la digitalización, entendida como proceso transformador. Los conceptos industriales de empleo, puesto de trabajo, o incluso el de productividad cambian drásticamente.

Tampoco se suele relacionar en estos debates, cuando lo son tales conversaciones, esa realidad transformadora con la forma en que Internet ha afectado a la manera en que los trabajadores compiten en el mercado del empleo; midiendo cómo afecta, por ejemplo, el uso de los medios sociales para la información, la relación y la comunicación en particular e Internet en general a la corrección del desajuste existente entre oferta y demanda de empleo.

A esta situación de complejidad, debemos unir el hecho de que -y es aquí donde enlazamos con la realidad sistémica de un ecosistema donde los roles de innovador y emprendedor mutan-, la aun persistente crisis económica nos ha llevado a una situación en la que la opción del auto-empleo por la vía del emprendimiento (de base tecnológica) se ha generalizado; popularizándose también de manera interesada para contrarrestar los titulares que dan cuenta de la precarización del tipo de puestos de trabajo que más abundan en nuestro país.

Un emprendimiento por necesidad que según los datos del Global Entrepreneurship Monitor (GEM) en términos de la Tasa de Actividad Emprendedora (TEA) es del 29% en España y que nos sitúan siete puntos por encima de media de nuestro entorno.

Desde las leyes anti-trust de finales del XIX, pasando por las políticas puntuales (luego permanentes) para el apoyo a las pymes y que se convertirían en indiferenciadas para la ayuda a la actividad emprendedora (de nicho en algunos casos), hasta las medidas específicas para el impulso de la iniciativa emprendedora propiamente dicha surgidas desde finales de siglo, hemos conocido enfoques muy diferentes y con diversos resultados (véase "Medición de impacto socio-económico y evaluación de las políticas públicas de apoyo a emprendedores e impulso a la creación de empresas", de Iñaki Ortega Cachón, pp. 115, 166).

En términos generales, las medidas de apoyo a la actividad emprendedora han buscado catalizar y canalizar las externalidades positivas -siendo la creación de empleo una de las más evidentes-, de tal actividad en términos de su impacto sobre el crecimiento económico.

Las políticas que hemos conocido en nuestro entorno más cercano han recorrido el amplio espectro ideológico (léase intelectual si se prefiere) que va desde una economía (un capitalismo) gestionada(o) a otra emprendedora que, en cierta forma, se identifican con las dos figuras -Keynes y Schumpeter respectivamente-, que mencionaba más arriba como ilustración de algunos lugares comunes mil veces visitados en ese trayecto.

Las críticas vertidas sobre tales políticas suelen incidir en los elementos clave que han dado lugar a las mismas y donde seguimos agrupando sus principales deficiencias: acciones para la motivación/sensibilización frente a la actividad emprendedora, la capacitación necesaria para dotar a los potenciales emprendedores de las habilidades y destrezas necesarias, y el necesario contexto para que se substancie la “oportunidad”, es decir para que se dé lo que he querido llamar (tomando el término prestado) la “conexión creadora” entre Tecnología y Personas.

En resumidas cuentas: necesitaremos más personas (emprendedor@s) con un móvil y una oportunidad para cometer un acto innovador.

Podemos encontrar medidas (políticas) relativamente eficaces haciendo incidencia en alguno de esos tres elementos en muchos países de nuestro entorno. La formación y la educación para el emprendimiento han sido impulsadas notablemente en Europa; y algunas medidas concretas que se han mostrado eficaces, como el estatuto del “auto-emprendedor” que se establecía en Francia en 2009 se han tomado como ejemplo de buenas prácticas en lo que se refiere a la rebaja de las barreras de entrada.

En España también encontramos muchas medidas, muy deslavazadas, sesgadas (interesadas si se prefiere), así como diversos intentos más o menos torpes de capitalizar políticamente un tipo de actividad que se ha convertido en titular seguro de cualquier medio; sobre todo a lo largo de la última década.

En gran medida, muchos de esos intentos se han agregado en la Ley 14/2013 de Apoyo a los Emprendedores y su Internacionalización (LAEI), además de darles continuidad en el Programa Nacional de Reformas 2015 con un eje específico de actuación.

La LAEI introduce numerosas novedades y modificaciones en los ámbitos mercantil, fiscal, jurídico-administrativo y laboral.
  • En el ámbito mercantil, además de atreverse a conceptualizar la figura del emprendedor, introduce la figura del emprendedor de responsabilidad limitada, así como la de la sociedad limitada de formación sucesiva
  • En lo que se refiere a las novedades administrativas, la LAEI incide en la simplificación o reducción de algunas cargas administrativas, valga la redundancia, así como en el acceso de los emprendedores a la contratación pública.
  • Fiscalmente, esta ley introducía, por ejemplo, en enero de 2014 un régimen especial conocido como “Criterio de Caja”, además de modificaciones en el Impuesto sobre Sociedades o el IRPF.
  • Desde el punto de vista laboral, las medidas que se incluyen en la Ley 14/2013 introducen novedades en materia de cotización a la Seguridad Social de los trabajadores autónomos, además de la reducción de ciertas cargas administrativas. 
En síntesis, una gran variedad de medidas muy poco conocidas por los afectados, con un alcance indeterminado y muy buenas intenciones que tendrán un handicap muy importante en el terremoto político que se avecina, dado que el emprendimiento sigue siendo aun un titular útil para marcar tendencias antes que una medida real para la consolidación y mejora de las tasas de crecimiento económico.

Volviendo a la pregunta que motivaba esta breve reflexión ¿Es posible crear empleo en la Red? propondré aquí su descomposición en una serie de cuestiones más concretas que nos permitan llegar a la raíz del problema:
  • ¿Qué empleo queremos generar?
  • ¿Cómo medimos el impacto de Internet sobre el empleo?
  • ¿Cómo medimos el impacto del auto-empleo por la vía del emprendimiento?
  • ¿Estamos en condiciones de poner las condiciones para garantizar la supervivencia de un ecosistema emprendedor sostenible?
  • ¿Podemos generar empleo sin innovación?
Puede parecer una huida hacia delante, pero espero que esta reflexión y las preguntas que dejo sobre la mesa sirvan para establecer una posición dentro de un debate necesario que debe pasar, necesariamente, por un escepticismo informado con vocación constructiva; que es la que espero del lector que haya conseguido llegar hasta aquí.

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